sábado, 31 de julio de 2010

ROMANCE DE LA LUNA



















La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.

el aire la está velando.

Federico García Lorca, 1928


La rosa más bella del mundo

Érase una reina muy poderosa, en cuyo jardín lucían las flores más hermosas de cada estación del año. Ella prefería las rosas por encima de todas; por eso las tenía de todas las variedades, desde el escaramujo de hojas verdes y olor de manzana hasta la más magnífica rosa de Provenza. Crecían pegadas al muro del palacio, se enroscaban en las columnas y los marcos de las ventanas y, penetrando en las galerías, se extendían por los techos de los salones, con gran variedad de colores, formas y perfumes.

Pero en el palacio moraban la tristeza y la aflicción. La Reina yacía enferma en su lecho, y los médicos decían que iba a morir.

-Hay un medio de salvarla, sin embargo -afirmó el más sabio de ellos-. Tráiganle la rosa más espléndida del mundo, la que sea expresión del amor puro y más sublime. Si puede verla antes de que sus ojos se cierren, no morirá.

Y ya tienen a viejos y jóvenes acudiendo, de cerca y de lejos, con rosas, las más bellas que crecían

en todos los jardines; pero ninguna era la requerida. La flor milagrosa tenía que proceder del jardín del amor; pero incluso en él, ¿qué rosa era expresión del amor más puro y sublime?

Los poetas cantaron las rosas más hermosas del mundo, y cada uno celebraba la suya. Y el mensaje corrió por todo el país, a cada corazón en que el amor palpitaba; corrió el mensaje y llegó a gentes de todas las edades y clases sociales.

-Nadie ha mencionado aún la flor -afirmaba el sabio. Nadie ha designado el lugar donde florece en toda su magnificencia. No son las rosas de la tumba de Romeo y Julieta o de la Walburg, a pesar de que su aroma se exhalará siempre en leyendas y canciones; ni son las rosas que brotaron de las lanzas ensangrentadas de Winkelried, de la sangre sagrada que mana del pecho del héroe que muere por la patria, aunque no hay muerte más dulce ni rosa más roja que aquella sangre. Ni es tampoco aquella flor maravillosa para cuidar la cual el hombre sacrifica su vida velando de día y de noche en la sencilla habitación: la rosa mágica de la Ciencia.

-Yo sé dónde florece -dijo una madre feliz, que se presentó con su hijito a la cabecera de la Reina-. Sé dónde se encuentra la rosa más preciosa del mundo, la que es expresión del amor más puro y sublime. Florece en las rojas mejillas de mi dulce hijito cuando, restaurado por el sueño, abre los ojos y me sonríe con todo su amor.

Bella es esa rosa -contestó el sabio- pero hay otra más bella todavía.

-¡Sí, otra mucho más bella! -dijo una de las mujeres-. La he visto; no existe ninguna que sea más noble y más santa. Pero era pálida como los pétalos de la rosa de té. En las mejillas de la Reina la vi. La Reina se había quitado la real corona, y en las largas y dolorosas noches sostenía a su hijo enfermo, llorando, besándolo y rogando a Dios por él, como sólo una madre ruega a la hora de la angustia.

-Santa y maravillosa es la rosa blanca de la tristeza en su poder, pero tampoco es la requerida

-No; la rosa más incomparable la vi ante el altar del Señor -afirmó el anciano y piadoso obispo-. La vi brillar como si reflejara el rostro de un ángel. Las doncellas se acercaban a la sagrada mesa, renovaban el pacto de alianza de su bautismo, y en sus rostros lozanos se encendían unas rosas y palidecían otras. Había entre ellas una muchachita que, henchida de amor y pureza, elevaba su alma a Dios: era la expresión del amor más puro y más sublime.

-¡Bendita sea! -exclamó el sabio-, mas ninguno ha nombrado aún la rosa más bella del mundo.

En esto entró en la habitación un niño, el hijito de la Reina; había lágrimas en sus ojos y en sus mejillas, y traía un gran libro abierto, encuadernado en terciopelo, con grandes broches de plata.

-¡Madre! -dijo el niño-. ¡Oye lo que acabo de leer!-. Y, sentándose junto a la cama, se puso a leer acerca de Aquél que se había sacrificado en la cruz para salvar a los hombres y a las generaciones que no habían nacido.

-¡Amor más sublime no existe!

Se encendió un brillo rosado en las mejillas de la Reina, sus ojos se agrandaron y resplandecieron, pues vio que de las hojas de aquel libro salía la rosa más espléndida del mundo, la imagen de la rosa que, de la sangre de Cristo, brotó del árbol de la Cruz.

-¡Ya la veo! -exclamó-. Jamás morirá quien contemple esta rosa, la más bella del mundo.

. Hans Christian Andersen

Romance de la Condesita


Grandes guerras se publican
en la tierra y en el mar
y al conde Flores le nombran
por Capitán General.

Lloraba la condesita,
no se puede consolar;
acaban de ser casados
y se tienen que apartar.

- ¿ Cuántos días, cuántos meses
piensas estar por allá ?

- Deja los meses, condesa,
por años debes contar,
si a los tres años no vuelvo,
viuda te puedes llamar.

Pasan los tres y los cuatro,
nuevas del conde no hay;
ojos de la condesita
no cesaban de llorar.

Un día, estando a la mesa,
su padre la empieza a hablar:

- Cartas del conde no llegan,
nueva vida tomarás;
condes y duques te piden,
te debes, hija, casar.

- Carta en mi corazón tengo
que don Flores vivo está.
No lo quiera Dios del cielo
que yo me vuelva a casar.
Dame licencia, mi padre,
para el conde ir a buscar.


- La licencia tienes, hija,
mi bendición además.

Se retiró a su aposento,
llora que te llorarás;
se quitó medias de seda,
de lana las fue a calzar;
dejó zapatos de raso,
los puso de cordobán;
un brial de seda verde
que valía una ciudad,
y encima del brial puso
un hábito de sayal;
esportilla de romera
sobre el hombro se echó atrás;
cogió el bordón en la mano
y se fue a peregrinar.

Anduvo siete reinados,
morería y cristiandad;
anduvo por mar y tierra,
no pudo al conde encontrar;
cansada va la romera,
que ya no puede andar más.

Subió a un puerto, miró al valle
un castillo vio asomar:

- Si aquel castillo es de moros,
allí me cautivarán;
mas si es de buenos cristianos,
ellos me han de remediar.

Y bajando unos pinares,
gran vacada fue a encontrar:

- Vaquerito, vaquerito,
te quería preguntar
¿ de quién llevas tantas vacas,
todas de un hierro y señal ?
- Del conde Flores, romera,
que en aquel castillo está.

- Vaquerito, vaquerito,
más te quiero preguntar
del conde Flores tu amo,
¿cómo vive por acá ?

- De la guerra llegó rico;
mañana se va a casar,
ya están muertas las gallinas,
y están amasando el pan;
muchas gentes convidadas,
de lejos llegando van.

- Vaquerito, vaquerito,
por la Santa Trinidad,
por el camino más corto
me has de encaminar allá.

Jornada de todo el día,
en medio la hubo de andar;
llegada frente al castillo,
con don Flores fue a encontrar,
y arriba vio estar la novia
en un alto ventanal.

- Dame limosna buen conde,
por Dios y por caridad.

- ¡ Oh, qué ojos de romera,
en mi vida los vi tal !

- Sí los habrás visto, conde,
si en Sevilla estado has.

- La romera, ¿es de Sevilla ?
¿ Qué se cuenta por allá ?

- Del conde Flores, señor,
poco bien y mucho mal.

Echó la mano al bolsillo,
un real de plata la da.

- Para tan grande señor,
poca limosna es un real.

- Pues pida la romerica,
que lo que pida tendrá.

- Yo pido ese anillo de oro
que en tu dedo chico está.

Abrióse de arriba abajo
el hábito de sayal:

- ¿ No me conoces, buen conde ?
Mira si conocerás
el brial de seda verde
que me diste al desposar.

Al mirarla en aquel traje,
cayóse el conde hacia atrás.
Ni con agua ni con vino
se le puede recordar,
si no es con palabras dulces
que la romera le da.

La novia bajó llorando
al ver al conde mortal
y abrazando a la romera
se lo ha venido a encontrar.

- Malas mañas sacas, conde,
no las podrás olvidar;
que en viendo una buena moza
luego la vas a abrazar.
Mal haya la romerica,

quien la trajo para acá.

- No la maldiga ninguno
que es mi mujer natural.
Con ella vuelvo a mi tierra:
adiós, señores, quedad;
quédese con Dios la novia
vestidita y sin casar;
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

            *** *** *** 

Este romance es anónimo, como la mayoría de los romances que fueron transmitidos de forma oral, teniendo variaciones, correcciones, acortamientos y mejoras.

DOS AMIGOS

Dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron.

El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:

"Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".

Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:

"Hoy mi mejor amigo me salvó la vida".

Intrigado, el amigo preguntó:

-¿Por qué, después que te lastimé, escribiste en la arena, y ahora escribes en una piedra?

Sonriendo, el otro amigo respondió:

-Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.


Y colorín colorado...

RUMPELSTILTSKIN

Había una vez un molinero pobre que tenía una hija muy hermosa. Un día sucedió que tenía que ir a hablar con el rey, y para parecer más importante le dijo:

-Tengo una hija que puede hilar la paja y convertirla en oro.

-Esa es una habilidad que me complace, -le dijo el rey al molinero- si tu hija es tan lista como dices, tráela mañana a mi palacio y lo comprobaremos.

Cuando trajeron a la muchacha, el rey la llevó a una habitación llena de paja, le dio una rueca y una bobina y dijo:

-Ponte a trabajar, y si mañana por la mañana no has convertido toda esta paja en oro durante la noche, morirás.

Entonces él mismo cerró la puerta con llave, y la dejó sola. La hija del molinero se sentó sin poder hacer nada por salvar su vida. No tenía ni idea de cómo hilar la paja y convertirla en oro, y se asustaba cada vez más, hasta que por fin comenzó a llorar. Pero de repente la puerta se abrió y entró un hombrecillo:

-Buenas tardes señorita molinera, ¿por qué estás llorando tanto?

-¡Ay de mí!, -contestó la chica- tengo que hilar esta paja y convertirla en oro pero no sé como hacerlo.

-¿Qué me darás si lo hago por ti? -dijo el hombrecillo.

-Mi collar -dijo ella.

El hombrecillo cogió el collar, se sentó en la rueca y whirr, whirr, whirr tres vueltas y la bobina estaba llena. Puso otra y whirr, whirr, whirr tres vueltas y la segunda estaba llena también. Y siguió así hasta el amanecer, cuando toda la paja estaba hilada, y todas las bobinas llenas de oro.

Al despertar el día el rey ya estaba allí, y cuando vio el oro quedó atónito y encantado, pero su corazón se volvió más avaricioso. Llevó a la hija del molinero a otra habitación mucho más grande y llena de paja, y le ordenó que la hilara en una noche si apreciaba su vida. La chica no sabía que hacer, y estaba llorando cuando la puerta se abrió de nuevo. El hombrecillo apareció y dijo:

-¿Qué me darás si hilo esta paja y la convierto en oro? -preguntó él.

-El anillo que llevo en mi dedo -contestó ella.

El hombrecillo cogió el anillo, y empezó otra vez a hacer girar la rueca, y por la mañana había hilado toda la paja y la había convertido en brillante oro. El rey se regocijó más allá de toda medida cuando lo vio. Pero como no tenía suficiente oro, llevó a la hija del molinero a otra sala llena de paja aun más grande que la anterior, y dijo:

-Tienes que hilar esto en el transcurso de esta noche, si lo consigues serás mi esposa.

“A pesar de ser la hija de un molinero”, pensó. “No podré encontrar una esposa más rica en el mundo”.



Cuando la chica se quedó sola el hombrecillo apareció por tercera vez, y dijo:

-¿Qué me darás si hilo la paja esta vez?

-No me queda nada que darte -respondió la muchacha.

-Entonces prométeme, que si te conviertes en reina, me darás tu primer hijo.

“¡Quién sabe si eso ocurrirá alguna vez!”, pensó la hija del molinero. Y no sabiendo como salir de aquella situación le prometió al hombrecillo lo que quería. Y una vez más hiló la paja y la convirtió en oro. Cuando el rey llegó por la mañana, y se encontró con todo el oro que habría deseado, se casó con ella y la preciosa hija del molinero se convirtió en reina.

Un año después, trajo un precioso niño al mundo y en ningún momento se acordó del hombrecillo. Pero de repente vino a su cuarto y le dijo:

-Dame lo que me prometiste.


La reina estaba horrorizada y le ofreció todas las riquezas del reino si le dejaba a su hijo. Pero el hombrecillo dijo:

-No, algo vivo vale para mí más que todos los tesoros del mundo.

La reina empezó a lamentarse y a llorar, tanto que el hombrecillo se compadeció de ella:

-Te daré tres días, -dijo- si para entonces has descubierto mi nombre, entonces conservarás a tu hijo.

Entonces la reina pasó toda la noche pensando en todos los nombres que había oído, y mandó un mensajero a lo ancho y largo del país para preguntar por todos los nombres que hubiera. Cuando el hombrecillo llegó al día siguiente, empezó con Gaspar, Melchor, Baltazar... Dijo, uno tras otro, todos los nombres que sabía, pero en cada uno decía el hombrecillo:

-Ese no es mi nombre.

En el segundo día había preguntado a los vecinos sus nombres, y ella repitió los más curiosos y poco comunes:

-Quizá tu nombre sea Pata de Cordero o Lazo Largo.

Pero siempre contestó:

-No, ese no es mi nombre.

Al tercer día el mensajero volvió y dijo:

-No he podido encontrar ningún nombre nuevo. Pero según subía una gran montaña al final de un bosque, donde el zorro y la liebre se desean las buenas noches. Allí vi aun hombrecillo bastante ridículo que estaba saltando. Dio un brinco sobre una pierna y gritó:

“Hoy hago el pan, mañana haré cerveza, al otro tendré al hijo de la joven reina. Ja, estoy contento de que nadie sepa que Rumpelstiltskin me llamo”.

Podéis imaginar lo contenta que se puso la reina cuando escuchó el nombre. Y cuando al poco rato llegó el hombrecillo y preguntó:

-Bien, joven reina ¿Cuál es mi nombre?

La reina primero dijo:

-¿Te llamas Conrad?

-No.

-¿Te llamas Harry?

-No.

-¿Quizá tu nombre es Rumpelstiltskin?

-¡Te lo ha dicho el demonio! ¡Te lo ha dicho el demonio!, gritó el hombrecillo. Y en su enfado hundió el pie derecho en la tierra tan fuerte que entró toda la pierna. Y cuando tiró con rabia de la pierna con las dos manos se partió en dos.




viernes, 30 de julio de 2010

El Conde Sisebuto



A cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Perteneció a un gran señor
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto,
y su esposa, Leonor,

y Cunegunda, su hermana,
y su madre, Berenguela,
y una prima de su abuela
atendía por Mariana.
Y su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra, su tía,
y su nieta, Rosalía,
y el hijo mayor, Rogelio.

Era una noche de invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa,
noche atroz, noche de infierno,
noche fría, noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche infausta, noche airada.

En un gótico salón
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.
Con quejido lastimero
el viento fuera silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del aguacero.

Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.
Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas,
¡como no lleva paraguas
viene el pobre hecho una sopa!

Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
-¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-. ¡Vaya un apuro!
De pronto, algo que resbala
siente sobre su cabeza,
extiende el brazo, y tropieza
¡con la cuerda de una escala!

-¡Ah!... -dice con fiero acento.
-¡Ah!.. -vuelve a decir gozoso.
-¡Ah!.. -repite venturoso.
-¡Ah!.. -otra vez, y así, hasta ciento.
Trepa que trepa que trepa,
sube que sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del conde, la Pepa.

En lujoso camarín
introduce a su adorado,
y al notar que está mojado
le seca bien con serrín.
-Lisardo ... mi bien, mi anhelo,
único ser que yo adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,

¿qué sientes, di, dueño mío?,
¿no sientes nada a mi lado?,
¿que sientes, Lisardo amado?
Y él responde: -Siento frío.
-¿Frío has dicho? Eso me espanta.
¿Frío has dicho? eso me inquieta.
No llevarás camiseta
¿verdad?... pues toma esa manta.

-Ahora hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca.
-Yo te adoro como un niño.
-Mi pasión raya en locura,
si no me quieres, me mato.
-La mía es un arrebato,
si me olvidas, me hago cura.

-¿Cura tú? ¡Por Dios bendito!
No repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡Pues estaría bonito!
Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es un padre muy bruto,

y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo,
huyamos... vamos al Congo
a ocultar nuestros amores.
-Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se enojen,
y si algún día nos cojen,
¡que nos quiten lo bailado!

En esto, un ronco ladrido
retumba potente y fiero.
-¿Oyes? -dice el caballero-,
es el perro que me ha olido.
Se abre una puerta excusada
y, cual terrible huracán,
entra un hombre..., luego un can...,
luego nadie..., luego nada...

-¡Hija infame! -ruge el conde.
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?. ¿dónde?
Y tú, cobarde villano,
antipático, repara
cómo señalo tu cara
con los dedos de mi mano.

Después, sacando un puñal,
de un solo golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina dorsal.
El joven, naturalmente,
se murió como un conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.

También quedó el conde loco
de resultas del espanto,
y el perro... no llegó a tanto,
pero le faltó muy poco.
Desde aquel día de horror
nada se volvió a saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,

de Cunegunda su hermana,
de su madre Berenguela,
de la prima de su abuela
que atendía por Mariana,
de su cuñado Vitelio,
de Cleopatra su tía,
de su nieta Rosalía
ni de su chico Rogelio.

Y aquí acaba la leyenda
verídica, interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora, horrenda,
que de aquel castillo viejo
entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo

Joaquín Abatí Díaz
Joaquín Abatí Díaz, (Madrid, 1865-1936) Comediógrafo español. Cultivó el género ligero y cómico, con tendencia a la astracanada, como en El orgullo de Albacete, Genio y figura, El gran tacaño, etc. Escritor fecundísimo, se le deben mas de 180 obras, casi siempre en colaboración, especialmente con Amiches y con Antonio Paso. Sus obras destacan por la sencillez de la trama y por el detalle colorista. Es autor de la letra de zarzuelas muy populares: El asombro de Damasco, La hostería del Laurel, y otras. De entre sus últimas obras cabe mencionar Entre doctores; Los perros de presa; Riña de gallos; Las hijas políticas; La reina gitana; Don Esperpento; Don Quijote ha vuelto; Azucena y Los chamarileros.

martes, 27 de julio de 2010

LA LIEBRE Y EL GRAN GENIO DEL BOSQUE


Un día salió la liebre para encontrarse con el Gran Genio del bosque y le dice:

- ¡Oh, Gran Genio! Usted que es quien controla a todos los habitantes del bosque, Usted que es el Señor de todos nosotros, quiero pedirle un favor.

- ¿Qué favor?

- Sólo una cosa: que usted me aumente la sabiduría de mi cerebro.

- ¿Y para qué quieres eso?

- Para que yo sea más inteligente que todos los otros animales del bosque.

El Gran Genio piensa y dice:

- Está bien, pero es necesario, que antes me muestre de qué es usted capaz de hacer. Lleve esta calabaza lejos y llénela de pájaros pequeños; tome esta otra calabaza y llénela de leche de gama; lleve lejos también este palo y traiga una serpiente tan larga como él. Cuando usted regrese con la calabaza llena de pájaros pequeños, la otra calabaza llena de leche de gama y con una serpiente tan larga como este palo, entonces veré qué puedo hacer por usted.

La liebre marchó, y después de haber andado bastante, llegó a un estanque donde se sentó para descansar. Cuando el sol comenzaba a ponerse comenzaron a llegar toda clase de animales que se acercaban al estanque para beber. Pero los animales bebían y se marchaban, hasta que cuando el sol se ocultó se quedó é solo junto al estanque.

De repente, llegaron volando una bandada de pequeños pájaros que comenzaron a saltar, beber, cantar, jugar y revolotear.


La liebre se dice a sí misma:

- Hoy voy a ver de lo que yo soy capaz

Y, comenzo a gritar para que los pájaros le oyeran, diciendo:

- No! ¡Nada!... ¡Imposible!... ¡Esto no es verdad!... ¡Cómo puede creer uno una cosa así!... ¡No, imposible!... No son tan numerosos como para eso.

Al oirle, los pájaros, fueron acercándose, intrigados por lo que la liebre decía, y le preguntaron:

- ¡Oiga, Liebre! ¿De qué habla usted?... ¿Qué es lo que le pasa?

- ¡Oh! ¡No, nada!... realmente es una cosa imposible...

- Pero ¡explíquese! ¿De qué se trata?

- Alguien me ha dicho que tos ustedes pueden meterse dentro de esta calabaza y llenarla. Pero yo se eso es imposible. Ustedes no son suficientes como para llenarla

- Usted habla en broma, liebre, exclamaron los pájaros.

Y se reían, mientras brincando alrededor de la liebre, le decían:

- ¿Claro que podemos llenar esa calabaza entera.

La liebre, sin moverse, decía,:

- No es verdad, no, no son capaces

- Ah! ¡Espere un poco va a ver usted!


Un primer pájaro entró en la calabaza, un segundo y un tercero le siguieron, y así sucesivamente hasta que la calabaza estuvo llena.

Entonces, la liebre la cerró con una tapa y la escondió en un rincón.

En ese momento una gama llegó para beber al estanque. Y la liebre comenzó de nuevo a hablar en voz alta:

- No! ¡Nada!... ¡Imposible!... ¡Esto no es verdad!... ¡Cómo puede creer uno una cosa así!... ¡No, imposible!... No tiene tanta leche como para eso.

Al oirle, la gama, fue acercándose, intrigada por lo que la liebre decía, y le preguntó:

- ¡Oiga, Liebre! ¿De qué habla usted?... ¿Qué es lo que le pasa?

- ¡Oh! ¡No, nada!... realmente es una cosa imposible...

- Pero ¡explíquese! ¿De qué se trata?

- Alguien me ha dicho que usted podría llenar con su leche esta calabaza. Pero yo sé que es imposible: usted no tiene tanta leche como para eso.

- Usted bromea, liebre; no lo dice en serio!

Y la gama no paraba de reirse, mientras saltando alrededor de la liebre le decía:

- ¡Claro que puedo llenarla! Yo tengo leche suficiente para eso!

Pero la liebre insistía:

- ¡Imposible! ¡No puede!

- ¡Espere un poco y verá!, le contestó la gama

Y poniéndose encima de la calabaza comenzó a verter su leche dentro de ella hasta que la llenó.

- ¡Vaya! He perdido la apuesta, dijo la liebre. Mi primo el león tenía razón, el me decía que usted da más leche que la vaca. Voy a decirselo en seguida.

- ¿El león? , exclamó, asustada la gama.

- Sí, el león... él está allí, muy cerca. ¡Espere! que voy a buscarle y vuelvo con él.

- ¡Adiós, adiós!. y la gama echó a correr templando de miedo, antes de que apareciera el temido león.

Feliz, la liebre cerró la calabaza llena de leche y contento por haberse librado tan facilmente de la gama, escondió la calabaza junto a la que estaba llena de pájaros pequeños.

Poco después, llegó una serpiente para apagar su sed.Y la liebre comenzó de nuevo a hablar en voz alta:

- No! ¡Nada!... ¡Imposible!... ¡ Esto no es verdad!... ¡ Cómo puede creer uno una cosa así!... ¡ No, imposible!... No puede ser tan larga como este palo.

Al oirle, la serpiente, fue acercándose, intrigada por lo que la liebre decía, y le preguntó:

- ¡Oiga, Liebre! ¿De qué habla usted?... ¿Qué es lo que le pasa?

- ¡ Oh! ¡ No, nada!... realmente es una cosa imposible...

- Pero ¡explíquese! ¿De qué se trata?

- Alguien me dijo que usted era tan larga como este palo. ¡Pero yo sé que no es tan larga!

- Usted habla en broma, liebre, exclamó la serpiente.


Y la liebre seguía insistiendo:

- No, de verdad, usted no es tan larga!

- ¿Cree usted eso? Pues ahora verá. Y la serpiente se puso toda estirada junto al palo.

Entonces, la liebre dió un salto, ató la serpiente al palo, un lazo a la cabeza y otro en la cola y la serpiente quedó inmovilizada atada al palo.

Entonces la liebre tomó la calabaza con los pájaros, la otra calabaza con la leche de gama y el palo con la serpiente y fue a encontrarse con el Gran Genio del bosque.

- ¡Oiga! Gran Genio!, le llamó.

- Aquí estoy, liebre. Le estaba esperando.

- Aquí traigo lo que me pidió: la calabaza con los pájaros, la otra calabaza con la leche de gama y el palo con la serpiente .

El Gran Genio, sorprendido, miró a la liebre y le dijo:

- En verdad, si yo aumentara su inteligencia, yo haría una gran tontería.

- ¿Y por qué?, preguntó la liebre.

- Usted ya es demasiado inteligente. Si aún lo fuera más, usted acabaría por convertirse en mi dueño y señor.

Y colorín colorado...

EL SOLTERÓN


Erase una vez, un pueblo llamado Kutu donde vivía un joven llamado Mpia que ya había cumplido los 25 años y que, a diferencia de sus amigos, no quería casarse y prefería vivir sin compromisos.

Un día, tras ser amonestado por el consejo de familia, Mpia decidió hacer un viaje al reino de los cielos, para preguntar al Eterno por las razones de su celibato.
Al primer canto del gallo, el joven se despertó, se vistio y salió del pueblo para iniciar el largo viaje. Tras subir varias montañas se encontró con Ndungu (pimiento picante) que lo gritó:

- Mpia! ¡Mpia! ¡Mpia!
- Aquí estoy!
- ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas?
- Yo vengo del pueblo de Kutu, en el Mayi-Ndombe. Voy a ver al Eterno para preguntarle sobre el motivo de mi celibato.
- Ah! ¡bueno! ¡Entonces creo que me podrás ayudar, Mpia!
- ¿Cómo?
- Cuando veas al Eterno, no le hables de tu caso. Háblale de mi situación. ¿Pregúntale por qué pico tanto cuándo las personas me comen?
- ¡De acuerdo, Ndungu! ¡Yo le preguntaré sobre tu preocupación!
- Entonces, ¡Adiós!
- ¡Adiós!

El joven continuó su camino y después de muchas horas de andar llegó a un hermoso valle donde tres muchachas bonitas machacaban yuca. Al verle, las tres le gritaron:
- ¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¡Qué hombre tan bello!
¿De dónde vienes? ¿A dónde vas?
- Me llamo Mpia y vengo del pueblo de Kutu, en el Mayi-Ndombe. Voy a ver al Eterno para preguntarle sobre el motivo de mi celibato.
- Ah! ¡bueno! ¡Entonces creo que nos podrás ayudar, Mpia!

- ¿Cómo?
- Cuando veas al Eterno, no le hables de tu caso. Háblale de nuestra situación. ¿Por qué nosotras las mujeres debemos preparar, todos los días, comida para los hombres?
- ¡De acuerdo! ¡Yo le preguntaré sobre vuestra preocupación!
- Entonces, ¡Adiós!

Y continuó caminando hasta que llegó a un monte cubierto de naranjos silvestres. Uno de los naranjos le llamó:
- ¡Oiga joven! ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas?
- Me llamo Mpia y vengo del pueblo de Kutu, en el Mayi-Ndombe. Voy a ver al Eterno para preguntarle sobre el motivo de mi celibato.
- Ah! ¡bueno! ¡Entonces creo que nos podrás ayudar, Mpia!
- ¿Cómo?
- Cuando veas al Eterno, no le hables de tu caso. Háblale de nuestra situación. ¿Por qué nuestras naranjas siempre son ácidas generalmente?
- ¡De acuerdo! ¡Yo le preguntaré sobre vuestra preocupación!
- Entonces, ¡Adiós!

Sin cansarse, Mpia siguió caminando y caminando hasta que llegó a un lago donde se encontró con Ngando. Al verle, Ngando, que era un viejo cocodrilo, sucio y con los ojos rojos, le llamó:
- ¡Oiga joven! ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas?
- Me llamo Mpia y vengo del pueblo de Kutu, en el Mayi-Ndombe. Voy a ver al Eterno para preguntarle sobre el motivo de mi celibato.
- Ah! ¡bueno! ¡Entonces creo que me podrás ayudar, Mpia!
- ¿Cómo?
- Cuando veas al Eterno, no le hables de tu caso. Háblale de mi situación. ¿Por qué yo, Ngando, el viejo cocodrilo, tengo tantas duras escamas? ¿Por qué tengo que vivir en el agua? ¿Por qué soy sucio, feo y repugnante?
- ¡De acuerdo! ¡Yo le preguntaré sobre tu preocupación!
- Entonces, ¡Adiós!

Y continuó su camino para encontrar al Eterno. Cuando ya estaba oscureciendo encontró un gran árbol y se sentó bajo él para descansar.
De repente, se le presentó una mujer que le dijo:
- ¡Hola joven! ¿ De dónde vienes? ¿A dónde vas?
- Me llamo Mpia y vengo del pueblo de Kutu, en el Mayi-Ndombe. Voy a ver al Eterno para preguntarle sobre el motivo de mi celibato.
- ¡Muy bien, mi muchacho! ¡Admiro tu valor, pero me preocupa tu inexperiencia . Toma este talismán, llamado Iteki. Te protegerá contra los vientos y las tormentas. En caso de peligro, sólo tienes que gritar: ¡Iteki! ¡Iteki! ¡Iteki!, y todo irá mejor.
- ¡Muchas gracias!
- ¡Adiós!
- Te voy a contar un secreto que te ayudará a encontrar al Eterno. Él es mi propio hijo. Cuando ya estés cerca te encontrarás con Imbongila, un viento muy violento que sopla siempre en esa región. Es un viento con doce cabezas. Todas estas cabezas beben y comen. Pero tú no tienes por qué tener miedo de Imbongila. Continúa tu camino. Iteki está contigo.

Cuando amaneció continuó su camino pero a medida que avanzaba comenzó a soplar un fuerte viento que cada vez era más y más violento. Empezó a caer una enorme tromba de agua y todo se iluminaba y retumbaba con grandes relámpagos y truenos. Entonces, Mpia exclamó: ¡Iteki! ¡Iteki! ¡Iteki! Y el vieto, la lluvia y la tormenta se calmaron y el Eterno salió de entre las nubes y le dijo:

- ¿Qué hace un extraño en mi territorio? ¿De dónde vienes? ¿A que vienes aquí?
Mpia se presentó y le explicó el motivo de su viaje y le expuso los problemas de Ndundo, de las tres jóvenes que machacaban yuca, del viejo cocodrilo Ngando y de los naranjos.

Y El eterno le contestó:
- En verdad, en verdad, Ngando, el viejo cocodrilo, está castigado. Él comió a muchos niños pequeños y se escondió en el agua. Ahora, permanecerá, durante siglos, con todo su cuerpo lleno de escamas, sucio, feo y repugnante. El naranjo tiene que dar algunas naranjas ácidas. Son por excelencia la fuente de la vitamina C, necesario para la defensa del organismo humano. El pimiento, Ndungu, debe picar para que las comidas de los hombres estén más apetitosas. En cuanto a tí, mi querido Mpia, estás en la mejor edad de la vida: vuelve donde las tres muchachas bonitas que machacaban yuca y tómalas como esposas y les dirás que la mujer, es la mitad del hombre. Ella debe preparar la comida para el marido.

El eterno desapareció. El hombre vivió feliz y en abundancia con sus tres esposas.
" En la vida, cada cosa tiene su momento y su razón de ser."

Leyenda africana


miércoles, 7 de julio de 2010

Los Dioses de la Luz


Leyenda Mapuche

Antes de que los Mapuches descubrieran cómo hacer el fuego, vivían en grutas de la montaña a las que llamaban "casas de piedra".
Temerosos de las erupciones volcánicas y de los cataclismos, sus dioses y sus demonios eran luminosos. Entre estos, el poderoso Cheruve. Cuando se enojaba, llovían piedras y ríos de lava. A veces el Cheruve caía del cielo en forma de aerolito.
Los Mapuches creían que sus antepasados revivían en la bóveda del cielo nocturno. Cada estrella era un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias.
El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez que salía el Sol, los saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses.
Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos; para abrigarse en tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían domesticado.
Tenían horror a la oscuridad, era signo de enfermedad y muerte. Se imaginaban cosas terribles.

En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre y Licán, la hijita.

Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vio un signo nuevo, extraño, en el poniente: una enorme estrella con una cabellera dorada.

Preocupado, no dijo nada a su mujer y tampoco a los indios que vivían en las grutas cercanas.
Aquella luz celestial se parecía a la de los volcanes, ¿traería desgracias?, ¿quemaría los bosques?. Aunque Caleu guardó silencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir qué podría significar el hermosos signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas.

El verano estaba llegando a su fin y las mujeres subieron una mañana muy temprano a buscar frutos de los bosques para tener comida en el tiempo frío.
Mallén y su hijita Licán treparon también a la montaña.
-Traeremos piñones dorados y avellanas rojas -dijo Mallén.
-Traeremos raíces y pepinos del copihue -agregó Licán
La niña acompaño otras veces a su madre en estas excursiones y se sentía feliz.
-Vuelvan antes de que caiga la noche -les advirtió Caleu.
-Si nos sorprende la noche, nos refugiaremos en una gruta que hay allá arriba, en los bosques -lo tranquilizó Mallén.

Las mujeres llevaban canastos tejidos con enredaderas. Parecía una procesión de choroyes, conversando y riendo todo el camino.
Allá arriba había gigantescas araucarias que dejaban caer lluvias de piñones. Y los avellanos lucían sus frutas redondas, pequeñas, rojas unas, color violeta y negras otras, según iban madurando.
No supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por ocultarse. Asustadas, las mujeres se echaron los canastos a la espalda y tomaron a sus niños de la mano.

-¡Bajemos, bajemos! -se gritaban unas a otras.
-No tendremos tiempo. Nos pillará la noche y en la oscuridad nos perderemos para siempre -advirtió Mallén.
-¿Qué haremos entonces? -dijo la abuela Collalla, que no por ser la más vieja, era la más valiente.
-Yo sé donde hay una gruta por aquí cerca, no tenga miedo, abuela -dijo Mallén.

Guió a las mujeres con sus niños por un sendero rocoso. Sin embargo, al llegar a la gruta, ya era de noche. Vieron en el cielo del poniente la gran estrella con su cola dorada.

La abuela Collalla se asustó mucho. -Esa estrella nos trae un mensaje de nuestros antepasados que viven en la bóveda del cielo -exclamó.
Licán se aferró a las faldas de su madre y lo mismo hicieron los demás niños.
-Vamos, entremos a la gruta y dormiremos bien juntas para que se nos pase el miedo -dijo Mallén.
-Eso sería lo mejor, murmuró Collalla, temblorosa.
Ella conocía viejas historias, había visto reventarse volcanes, derrumbarse montañas, inundaciones, incendios de bosques enteros.
No bien entraron a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y la Luna, sus espíritus protectores.
Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer cascajos del techo de la gruta. El grupo se arrinconó, aterrorizado.

Cuando pasó el terremoto, la montaña siguió estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso.
Las mujeres palparon a sus hijos. Nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia las boca blanquecina de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas.

-¡Miren! -gritó Collalla. ¡Piedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo.
Cómo luciérnagas de un instante, las piedras rodaron cerro abajo y con sus chispas encendieron un enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada.
El fuego iluminó la noche y las mujeres se tranquilizaron al ver la luz.
-La estrella con su espíritu protector mandó el fuego para que no tengamos miedo -dijo la abuela Collalla riendo.

Niños y mujeres también rieron, aplaudiendo el fuego.
El grupo silencioso contempló las llamas como si fuera el mismo Padre Sol que hubiera venido a acompañarlas.
Se sentaron junto a la gruta, oyendo crepitar las llamas como música desconocida.
Al rato, llegaron los hombres desafiando las tinieblas por buscar a sus niños y mujeres.
Caleu se acercó al incendio y cogió una llama ardiente; los otros lo imitaron y una procesión centelleante bajó de los cerros hasta sus casas.
 Por el camino iban encendiendo otras ramas para guiarse.

Al otro día, oyendo el relato de las piedras que lanzaban chispas, los indios subieron a recogerlas y al frotarlas junto a ramas secas, lograron encender pequeñas fogatas.

Habían descubierto el pedernal. Habían descubierto cómo hacer el fuego.
Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus alimentos.


Los mapuches (mapudungun: mapuche, 'gente de la tierra' )? son un pueblo indígena originario de la zona centro-sur de Chile, que a comienzos del siglo XIX se expandió al suroeste de Argentina conquistando a los nativos tehuelches y het. Se los conoce también como araucanos, y que predomina en la historiografía, para el período que abarca desde los primeros contactos con los españoles hasta el siglo XIX aproximadamente.

sábado, 3 de julio de 2010

Bata y Anubis


Leyenda egipcia

BATA era el hermano pequeño de ANUBIS y vivía junto a este y su esposa como si fuera un hijo. Cooperaba en las tareas de la casa, de las tierras y los animales incansablemente junto a ANUBIS

Pero un día estando en el campo, BATA fue enviada por su hermano a la casa a recoger semillas para la siembra y al llegar la esposa de su hermano le hizo proposiciones nada honestas. BATA lleno de rabia le recordó, que ella era además de una madre para él, la esposa de su hermano y que olvidaría ese momento para que su hermano no sufriera.

Al llegar la noche, ANUBIS entró en la casa y encontró a su mujer en la cama simulando haber sido golpeada y le contó que el causante de sus heridas había sido BATA enfadado porque ella se había negado a aceptar sus proposiciones.

ANUBIS cogió un cuchillo y se dirigió a los establos con la intención de acabar con la vida de su hermano, que al darse cuenta de las intenciones de ANUBIS emprendió la huida. Mientras ANUBIS le perseguía, BATA consiguió que RA escuchase su llamada y creó entre ambos un lago lleno de cocodrilos que hacía imposible que llegasen el uno al otro. A la mañana siguiente se sometieron al juicio de RA, en el que BATA contó a su hermano lo que le había sucedido realmente con su esposa y le dijo que pensaba irse lejos de él, al valle de los cedros, donde se arrancaría el corazón y lo dejaría sobre una flor de cedro. Le dijo también que en algún momento, cuando el árbol se cortase, el moriría, y que si realmente le quería debería ir a recoger su corazón y meterlo en vaso de agua fresca para que pudiera resucitar y vengar el trato recibido. La señal sería una jarra de cerveza que se desbordaba.

BATA se dirigió al valle de los cedros y ANUBIS volvió a su casa y asesinó a su mujer.

En el valle de los cedros BATA construyó un bonito palacio al que llegó la Enéada, que sintiendo compasión por él, mandaron modelar a la mujer más bella del mundo para que fuese su esposa.

La existencia de tan bella mujer llegó a oídos del faraón que mandó a buscarla para hacerla su esposa principal, la gran favorita del harén. La favorita contó al faraón quien era su esposo y también el secreto para destruirlo. Así el rey, envió a sus hombres a cortar el cedro que guardaba el corazón de BATA, y al instante, murió.

ANUBIS, que había seguido con su vida, al llegar ese día a su casa, pidió una jarra de cerveza que al serle servida se desbordó. Recordando las palabras de su hermano, se puso en marcha al valle de los cedros donde lo encontró muerto.

Buscó su corazón sin éxito durante años hasta que ya a punto de desistir lo encontró y siguiendo las instrucciones que le diera BATA consiguió resucitarlo.

Ahora a BATA le tocaba vengar la traición de su esposa y se convirtió en un gran toro al que ANUBIS debía conducir a palacio. Todo salió según los planes y el faraón nada ver al toro quiso cambiárselo a ANUBIS por una importante cantidad de oro con la que regreso a su casa como había acordado con BATA.

Una vez en palacio, BATA con forma de toro le hizo saber a la favorita que no estaba muerto y ella pidió al faraón que matase al toro. Al matarlo, dos gotas de su sangre hicieron crecer dos hermosas perseas junto a las puertas de palacio. BATA aún seguía con vida, esta vez, en forma de persea y al hacérselo saber a la favorita, esta volvió a pedir al faraón que cortase las perseas ya que quería acabar con él a toda costa y de nuevo el faraón consintió y las cortó. Esta vez, una astilla de las perseas al ser cortadas, se clavó en la favorita y esta quedó embarazada. Nadie lo sabía, pero el futuro bebe sería de nuevo BATA.

El faraón encantado con el pequeño varón lo nombró heredero del reino y al ser anciano y morir, el príncipe le sucedió e inmediatamente contó a sus consejeros todo lo que había sufrido a causa de la maldad de su mujer y esta fue castigada con la muerte.

Reinó durante treinta años y fue sucedido por ANUBIS a quien había nombrado príncipe heredero.